Llevo un tiempo leyendo este libro de Juan Soto Ivars, ya que su contenido invita a reflexionar en casa punto.
Me parece muy interesante como explica alguna de las cosas que ocurren en la actualidad: lo difícil que resulta tener un pensamiento propio que sea crítico o no esté de acuerdo con las opiniones que los grupos de poder de distinto tipo han hecho dogma, muy habituales por ejemplo en el caso del feminismo.
Creo que el debate es algo importante, que puede hacer avanzar a las sociedades, y que las ideas distintas son enriquecedoras, y estoy totalmente en contra del pensamiento único y obligado, propio de los totalitarismos. Y el autor habla de todo esto de manera valiente y sin tapujos.
¿Cómo podemos defender el pensamiento individual ante el exceso de líneas rojas?
Los proyectos comunes que han sostenido las sociedades democráticas occidentales parecen rotos. Ni siquiera una pandemia global logra hacernos comprender que los grandes retos requieren respuestas colectivas. Sometidos a las reglas del identitarismo, una polarización extrema ha dado lugar al narcisismo tribal y al ensimismamiento autorreferencial. Colectivos erotizados por su propia identidad y hostiles al resto, victimistas profesionales y nacionalistas excluyentes dominan un panorama donde parece justificable eliminar los derechos de las personas en pos de una causa mayor.
La casa del ahorcado es un demoledor y controvertido ensayo que observa los efectos de la cultura del sentimentalismo en la libertad de expresión y analiza algunas de las manifestaciones más alarmantes de nuestro retroceso hacia la tribu. Con mirada antropológica, pero sin intención académica, Soto Ivars nos ofrece un recorrido por diversos casos contemporáneos de retorno al tabú, el horror sacro, el chivo expiatorio, la herejía y el castigo ritual, y propone la restauración del concepto de ciudadanía como única salida a la guerra civil de las identidades.
«Comparto con las almas puras la idea de que nadie con un mínimo de sensibilidad mencionaría la soga en la casa del ahorcado, pero como veremos en las próximas páginas, nos enfrentamos a un problema enorme: en un mundo global e hipercomunicado la casa del ahorcado no tiene paredes, ni puerta por la que escapar, abarca el mundo entero sin dejar un resquicio para la libertad.»
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