He cogido con ganas esta novela de Carmen Mola que continúa la trilogía de la inspectora Blanco, después de la decepción que supuso su anterior novela, La Bestia, que no me gustó tanto. Y, lamentablemente, en esta ocasión también me ha decepcionado algo.
Sigue la línea de las tres primeras, es trepidante y con bastante intriga, pero creo que la trama se embrolla demasiado. Además deja un final muy abierto, supongo que para continuar una próxima novela. De algún modo tengo la sensación de que se está estirando demasiado este filón.
Supongo que seguiré la serie, pero ha bajado algunos puntos en la lista de preferencias, sobre todo porque esta es cada vez más extensa...
La inspectora Elena Blanco atraviesa el depósito de la Grúa Municipal Mediodía II de Madrid hasta llegar a una vieja furgoneta que expele un olor putrefacto. Dentro está el cadáver de un hombre atado a una silla, con un burdo costurón que asciende del pubis al abdomen. Los primeros resultados de la autopsia aclaran que a este toxicómano reincidente le arrancaron algunos órganos y le colocaron en el vientre un feto de casi siete meses. Los análisis de ADN revelan que se trata de su hijo biológico. A los pocos días, la Brigada de Análisis de Casos se desplaza a la zona portuaria de A Coruña, donde el cuerpo de un asesor fiscal de sesenta y cuatro años ha sido asesinado con el mismo modus operandi. ¿Qué relación existe entre las dos víctimas? ¿Y dónde están las madres de los bebés?
Se abre así la investigación del nuevo y perturbador caso de la BAC. Mientras la relación entre Elena y Zárate se hace cada vez más complicada por los tormentos de él sobre la muerte de Chesca y la obsesión de ella por adoptar a la Nena, todos los indicios los acercarán a una misteriosa organización cuyos hilos manejan los poderosos e intocables del país y a la que nadie parece poder acercarse sin morir.
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