La semana pasada tuve la suerte de asistir a una charla con Marto Pariente dentro del ciclo de novela negra que ha organizado la biblioteca. Acababa de leer su última novela, por lo que no podía ser más oportuna.
Disfruté mucho de la charla, pues habló de su forma de escribir, de crear los personajes, las historias, las localizaciones... Siempre es un gusto escuchar a los autores y entenderles un poco más. Supone un valor añadido a sus novelas.
En cuanto al libro, es un buen ejemplo de novela negra, por su ambientación y sus personajes. Tiene además muchos toques de humor, que le quitan hierro al asunto, muy en el sentido de La conjura del idiota, me lo ha recordado bastante.
Por otro lado es corto y se lee casi de un tirón, lo cual no quiere decir que no lleve un gran trabajo detrás (como bien explicó el autor), pues resulta difícil explicar todo lo que se quiere con pocas palabras y sin abusar de las descripciones.
En resumen, lectura interesante y charla con el autor aún más interesante si cabe. Esperando la próxima.
Sinopsis
Coveiro, el sepulturero de Balanegra, cava una fosa. Sin prisa. A golpe de pico y pala ahonda el agujero y mantiene a raya a sus fantasmas. Los muertos no recuerdan nada, y él debería hacer lo mismo. Y es que Coveiro sigue metiendo gente bajo tierra, solo que ahora, ya en la recta final de una vida de violencia, lo hace de manera legal. Flaco consuelo. El ayer, que asoma cada poco entre el mantillo como una flor de hueso, nunca se entierra como es debido.
Por eso se ocupa del cementerio, y de cuidar a su sobrino Marco, un chico autista cuya única obsesión es aprenderse todas y cada una de las inscripciones de las lápidas. Hasta que Rubí de Miguel, dueña de Carbac, la industria cárnica más importante del país, orquesta el sepelio del mayor de sus hijos. Pero los planes se tuercen cuando los hombres de Rubí se topan con un testigo incómodo: Marco lo ha visto todo y deciden llevárselo con ellos. Es entonces cuando Coveiro entiende definitivamente que no hay redención posible para hombres como él, que ni la luz crepuscular es capaz de suavizar la superficie basta y roma del hierro viejo. Da igual cuántos años transcurran: las balas del pasado llegan siempre a su debido tiempo. Y ese tiempo ha llegado.
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